Por Gabriel Farfán Mares //eleconomista.com.mx
¿Qué debe de producir un país que, como México, es rico en hidrocarburos y tiene tanto la propiedad como el control total del crudo? ¿petróleo o gasolina? “Producir” no es una palabra enteramente apropiada para referirse a la exploración, extracción y exportación de barriles de petróleo crudo. Aquí aplicaría mejor el concepto de extracción. Algo distinto para las gasolinas que requieren -por mucho- mayor industrialización. Por eso los países que extraen crudo y lo venden se llaman extractivistas y los que dependen de la exportación de crudo, rentistas. Desde 1938 a 1976 México no exportó crudo. A partir de 1982 y hasta apenas hace unos años, México gozó de los ingresos por su exportación de manera asombrosamente estable: la mitad de producción para demanda interna y la otra mitad para exportar (la cuota se estabilizó por décadas en alrededor de 1 millón de barriles diarios).
Gozar de los ingresos de la venta de exportación de crudo hizo posible que el gobierno continuara su histórica tradición por no recaudar impuestos y acordar perdones fiscales con los que tienen y otros más. Además, los ingresos por venta de crudo los usó como fuente de ingresos corrientes y medio de pago de deuda. Fue una hermosa herencia del último Presidente de la Revolución Mexicana, José López Portillo, a la generación de economistas monetaristas. Un gobierno financieramente petrolizado sirvió para cimentar una narrativa que enalteciera las bondades de las libertades económicas y de mercado por encima del modelo llamado desarrollista – estatista. Fue un liberalismo económico cimentado en un sistema político autoritario financiado principalmente con petróleo crudo. Demasiadas contradicciones para ser una fórmula política duradera.
Si no hubiese existido un Pemex productor y un Estado históricamente extractivista, no se hubiese podido siquiera iniciar el modelo de apertura, desregulación económica y liberalización financiera. Por eso no se abrió el sector antes, durante y posterior a la negociación y ratificación del Tratado de Libre Comercio y por eso, a pesar de la reforma energética peñista, Pemex siguió siendo un actor preponderante que poco a poco se vendría abajo en los últimos años. La salida del colapso de los precios del petróleo a mediados del 2014 sometería a las finanzas públicas federales a una enorme presión, que derivaría en el gasolinazo aplicado inesperadamente y fuera de la reforma fiscal oficial, a partir del primer día del 2017. ¿Porqué se decidió incrementar los impuestos a las gasolinas si el precio del crudo, materia prima clave para producirlas, se colapsó? En otros países las gasolinas se abarataron ¿Porqué en México y otros países ricos y exportadores de petróleo -rentistas- aumentaron los precios de las gasolinas?
Los gobiernos rentistas se ven forzados a cubrir el enorme boquete que causa la caída del precio del crudo en sus finanzas. No lo hacen, porque no es su naturaleza, vía aumento de impuestos. Lo hacen aumentando el precio, vía impuestos, de las gasolinas. Cubren la decisión con motivaciones verdes y sensibles al medioambiente, pero lo que buscan es liquidez. Lo lógico sería que cuando bajen los precios del petróleo bajen los precios de las gasolinas pero esto no ha sido el caso. Los gobiernos se acostumbran a gasolinas caras y lo que hacen es construir mecanismos que suavicen el impacto de mayores precios para estabilizar su precio.
Antes del gasolinazo, y particularmente antes de 1982, los gobiernos usaron a la gasolina como “motor de desarrollo” al prácticamente regalarla, u ofrecerla a un bajísimo costo. La gasolina se vuelve un apoyo de todos los sectores productivos que vía dicho subsidio, prosperan artificialmente. La gasolina se convierte en la fuente prácticamente única de energía y todo el andamiaje macro y micro se sustenta en torno a ella. Esto desde luego, ayuda a cimentar el pacto político-fiscal. Hoy México ya no puede hacer eso o, si lo hace, será a un costo enorme tanto para la economía nacional como las finanzas del gobierno federal.
Pero además el control de precios y los subsidios en gasolinas provocan externalidades negativas de las que no se ha hablado mucho. La disparidad de precios entre México y Estados Unidos y otros países pone todos los incentivos para el comercio ilegal, el huachicoleo y todo tipo de intercambios propios de un mercado irregular e ilícito. El impacto de precios altos de gasolinas por impuestos al lado de un socio comercial con bajos y fluctuantes precios (Estados Unidos) tiene un impacto general en la competitividad. Esto, unido al acceso complicado de energías alternativas o sustitutos, lo hace aún más grave. Estos son sólo dos ejemplos, de muchos más, que dan idea de la urgencia de repensar la política actual en producción/exportación de crudo, gasolinas y matriz energética.
El gobierno actual, a partir del planteamiento que desde el 2006 el Presidente ha impulsado de no exportar crudo, va en un sentido contrario al extractivismo como política de estado y a la exportación de materias primas cuyo precio es altamente volátil para financiar políticas públicas de largo plazo. El modelo de cambio de producción/exportación de crudo es bienvenido en todos sentidos. El modelo de producción de gasolinas sólo puede ser bienvenido si los impuestos altos conviven con una agresiva y rápida sustitución de la matriz energética no renovable por fuentes alternativas de energía. Continuar con el modelo iniciado en 1982 no es viable porque se acabó el petróleo y porque más pronto que tarde las gasolinas dejarán su papel principal en la matriz energética. Además, la gasolina no sólo es combustible para motores, sino para el crimen organizado y la violencia asociada a su operación y el retraso de la transición energética, no poca cosa.
*El autor es Profesor de la Universidad de Georgetown en Washington, D.C.